Después de tanto
vuelo, he llegado,
al mismo punto
donde tus alas
tersas, femeninas,
inconsultamente
me
tomaron.
Qué profundo,
embriagante
vértigo
siento,
cual iluso,
cayendo
en el vacío
agrio de la soledad.
Qué ardiente
es la lluvia
de tu corazón ignoto,
que perfuma de rojo
mi labio superior e inferior,
esas dos toscas y frías
obsolescencias,
fábrica de palabras
muertas,
mortajas viejas
en las que envuelvo
mis propias mentiras,
cristales de silencio
precipitándose
hacia mi pecho,
en caída libre
por mi garganta.
No hay corazón que aguante
repetidamente
tu silencio, tu silencio, tu silencio;
no hay palabras
que deletreadas
no sean, simplemente o tan sólo,
perlas de dolor hechas deseo
encarnaciones
de Mujer, mutación del sueño.
Lo sabía, lo sabía, lo sabía;
pero qué dulce
borrachera
es tu boca muda
y tu lengua inquieta.
Lo sabía, lo sabía, lo sabía;
pero tus ojos
son aves tiernas
que comían
de mi pecho
los pocos frutos
frescos que todavía quedan.
Lo sabía, lo sabía, lo sabía;
pero tus manos
son encantos, benditos
pétalos que anidan
en los jardines
de mis pensamientos,
fábricas de caricias
ausentes pero tibias,
dulces de contemplar,
pero qué amargas
sorberlas
en besos al vacío.
Lo sabía, lo sabía, lo sabía;
que mi pena sería igual
o mayor, profunda
y más profunda
que tu bello
cuerpo, anhelo de mi alma
reticencia
a la razón,
miel de mi deseo.
Lo sabía, lo sabía, lo sabía;
pero hoy, aunque lo sabía,
sólo me queda
este dolor.....callado, oculto y
discreto,
pero qué dolor,
tan cierto...tan dolor...
Brasilia, 28 octubre de 2013
CÉSAR AUGUSTO DE LAS CASAS